Autora: Pulice agostina
El aburrimiento es ese ave que incuba el huevo de nuestra experiencia.
Walter Benjamin
Los afectos han sido un objeto de preocupación de la filosofía, la literatura, el psicoanálisis. Freud ha dedicado varios momentos de su obra a preguntarse ¿Qué es un afecto?
“En ciertos estados anímicos denominados «afectos», la coparticipación del cuerpo es tan llamativa y tan grande que muchos investigadores del alma dieron en pensar que la naturaleza de los afectos consistiría sólo en estas exteriorizaciones corporales suyas”.
Pareciera una redundancia mencionar que el afecto afecta el cuerpo; en este texto Freud destaca que los afectos penosos pueden producir envejecimiento, pérdida de peso. Los de júbilo por el contrario, pueden producir dicha, son capaces de recuperar los “rasgos de juventud”. Podríamos decir entonces que desde los inicios del Psicoanálisis existe la noción de que el afecto se vincula al cuerpo; y su vez es imposible concebir la noción de afecto por fuera del lenguaje.
También podemos situar en Freud una vinculación entre afecto y trauma, planteando que lo importante frente a un suceso (traumático) es si se reaccionó enérgicamente o no. Esto dio lugar a que se utilizara en su momento la Abreacción como método para descargar el afecto.
También en el texto Proyecto de Psicología para Neurólogos (1895) diferencia: afectos y estados de deseo. Ambos serían restos de la experiencia de satisfacción y de dolor, los cuales dejan como secuela unos motivos compulsivos. En su texto Lo Inconsciente (1915) plantea que no existen afectos inconscientes, la designación de inconsciente solo vale para las representaciones. En La Represión (1915) vincula lo traumático de lo pulsional, el problema de la ligadura del monto de afecto y las representaciones, que pueden ser registrables para el aparato como sensaciones de afectos. Tal es así que la angustia, sería resultado de aquellas pulsiones que no logran satisfacerse. Es en Inhibición, Síntoma y Angustia (1926) donde la angustia pasa a ocupar una “posición excepcional entre los estados afectivos”. Laznik destaca que en Freud pueden distinguirse dos dimensiones fundamentales: la de la representación y la del afecto. En este punto, diremos que las representaciones engañan por el sinsentido que producen; mientras que el afecto (la angustia) no engaña, en tanto no dice.
Lacan, retoma el factor cuantitativo del texto del Proyecto freudiano, y en el Seminario 6 traza una relación entre los afectos y el ser del sujeto: “El afecto es, muy precisamente y siempre, algo que se connota dentro de cierta posición del sujeto con respecto al ser (…) se le propone en su dimensión fundamental, es simbólico. Pero en ocasiones (…) también constituye (…) una irrupción de lo real, esta vez muy perturbadora”. En Seminario 10, avanzará en una conceptualización propia de la angustia, al como menciona Colette Soler:
“se sirve del afecto de la angustia para elaborar su concepción del objeto a; por otro lado, este afecto tan esencial para los hablantes no es esclarecido por el significante por el contrario, es este afecto lo que permite aproximarse al objeto. Esto hacía de la angustia “un afecto excepción”, el único que “no engaña” ya que remite no al significante que no se extravía con sus sustituciones si no a su afecto de sustracción en lo real que es el objeto”
Lo que Freud nombra como la separación de la representación y quantum de afecto deviene en la teoría lacaniana la articulación entre el significante y el objeto a. De acuerdo a lo planteado por Colette Soler, Lacan postula otros afectos que revelan allí donde el significante se retira. ¿Podría el aburrimiento ser un afecto capaz de engañar a consecuencia de su enlace significante?
En Televisión (1973) Lacan plantea que la verdad toca lo real, hay una relación entre el afecto y lo real. El afecto es capaz de movilizar el cuerpo, tal como lo muestran los llamados “ataques de pánico” con las típicas palpitaciones, sudoración, etc., produce efectos en el cuerpo y eso es un efecto de verdad. Esto permite ubicar la experiencia de un análisis como una experiencia afectiva, por eso Lacan nos advierte de la importancia de verificar el afecto.
Aburrimiento y repetición, una articulación posible
Lobov menciona que “en el aburrimiento algo de la repetición vana se impone, la indiferencia, y por la vía de esta repetición un goce que no se desgasta”. La repetición junto al recuerdo y el trabajo elaborativo, son para Freud partes fundamentales del tratamiento analítico. La transferencia implica que el analista es un soporte del desplazamiento de investiduras de las representaciones reprimidas, siendo este depositario de estos afectos desplazados desde lo reprimido de la sexualidad infantil.
A partir de 1920 se conceptualiza la compulsión de repetición, una cara traumática de la repetición solidaria con la teorización de la pulsión de muerte y posteriormente con la ubicación del masoquismo erógeno en tanto primario. Es traumática dado que “introduce una modalidad diferente de tramitación del fracaso de la ligadura, en tanto se juega la aparición de un elemento que vuelve siempre al mismo lugar. Es en este sentido que la misma mostrará las formas en que lo que vale por lo real se presentifica en la experiencia analítica, dando cuenta de lo inasimilable del trauma.”. Señala un beneficio secundario del padecimiento que impele al sujeto al goce.
En Radiofonía, Lacan articula el aburrimiento con el deseo de Otra cosa: “tal caída el significante sucumbe al signo surge de que, cuando no se sabe a qué santo encomendarse (dicho de otro modo: que no hay más significante por malgastar, es lo que suministra el santo), se compra cualquier cosa, por ejemplo un coche, con el que produce un signo de complicidad, si pudiera decirse, con su aburrimiento, es decir con el afecto del deseo de Otra– cosa”. Es decir, el aburrimiento como un afecto solidario de la caída del significante en signo que puede conducir a un sujeto a la compra de cualquier cosa, buscando con estos objetos de consumo colmar un vacío que es propio de la falta en la estructura. Siguiendo a Freud: “La falta de estímulos sensoriales, las tinieblas, un silencio total, se vuelven penosos; reposo intelectual, falta de percepciones, de representaciones, de capacidad de asociación, producen el martirio del aburrimiento”. Sitúa entonces una monotonía que martiriza al sujeto que se traduce en un apagón deseante que lo deja al sujeto inerme. En el aburrimiento hallamos entonces una cierta caída de la actividad resultante más bien de una ausencia de respuesta al estímulo que con la ausencia del estímulo mismo Algo del orden de la sorpresa se pierde, la novedad no se produce, nada conmueve, nada colma.
En el aburrimiento se percibe la repetición, bajo el sesgo de lo monótono. Lo cual entra en consonancia con lo planteado por Alain Didier– Weil quien vincula la función del aburrimiento al significante del Nombre del Padre: “En el aburrimiento accedemos a una percepción dolorosa de la repetición, la repetición se da en nosotros bajo el sesgo de lo monótono y por esa dimensión de lo monótono, lo que se produce, (…) corresponde con algo del orden de la usura (usure) de la metáfora paterna.” Afirma que las metáforas se gastan y este desgaste rompe el efecto de significación obturando la cadena significante, y haciendo que lo sorpresivo se desvanezca.
Algo de esto se asemeja al mecanismo del chiste, al oírlo por primera vez, puede producir un estallido de risa que expresa la ganancia de placer que produce para el aparato. Freud plantea que “la propiedad del chiste de producir su pleno efecto sobre el oyente sólo cuando le resulta nuevo, cuando le sale al paso como una sorpresa”. En efecto, cuando la repetición se hace presente por ejemplo, un mismo chiste oído en varias oportunidades pierde su efecto y la ganancia ya no se produce.
¿Y el analista qué?
Para salir del tedio, destapa algún sueño.
Las pelotas
En la dirección de la cura, Lacan plantea que el sujeto debe aplicar la regla analítica y el analista es quien dirige la cura. Advierte que los sentimientos de este no deben interferir: “sólo tienen un lugar posible en este juego, el del muerto; y si se lo reanima, el juego se prosigue sin que se sepa quién lo conduce”, es decir que deja de ser el analista quien dirige la cura si algo de esto interviene. Por tanto, sienta aburrimiento o cualquier otro afecto, no le está permitido intervenir desde allí, pues paga con su palabra y su persona.
¿En qué puede afirmarse el analista cuando se presenta algo del orden del aburrimiento ante estos discursos monótonos y aplastantes que se asemejan a los de la melancolía? La propuesta del discurso analítico implica la operatoria por la cual a través del manejo de la transferencia el analista logra resituar a este objeto como causa, ubicándolo en el lugar del agente. El analista, haciendo semblante de aquel, relanza la función de falta que produce deseo. Lacan (1961), respecto a este lugar a ocupar por quien dirige la cura, comenta que está “…definido como aquel que le debe ofrecer, vacante, al deseo del paciente para que se realice como deseo del Otro.” El análisis vía la interpretación del analista y el manejo de la transferencia, deberá operar como una instancia que propicie el tiempo y el espacio para que un sujeto sumido en el tedio (entendiendo este como estado de detención) puede realizar un acto creativo que le permita al sujeto elaborar otra forma de habitar el mundo, identificando el deseo que lo habita.
Tanto para Freud como para Lacan, el resorte de la transferencia se encuentra en la presencia del analista, el cual no cuenta ni como ausente (in absentia) ni como representante (in effigie) ni como “la sombra de algo vivido antes”. El analista en tanto complemento del síntoma requiere de un cuerpo donde resuene el decir no sabido del inconsciente.
Hemos dicho que el afecto afecta al cuerpo, lo sufre el cuerpo; pero su origen está en el lenguaje. El discurso tiene efectos sobre el cuerpo, y es por eso que un análisis a través del uso de la palabra es capaz de tocar los afectos. El analista, será el soporte que permita realizar esta operación ‘indirecta’ de la elaboración de un saber y un bien-decir del sujeto acerca de su deseo.
Referencias:
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